Por Cristina Mufarech Rey, psicóloga y educadora de Disciplina Positiva.
Hoy en día se oye mucho hablar sobre disciplina positiva o crianza respetuosa. Estos términos generan interés en muchos padres que buscan una mejor manera de aproximarse a sus hijos. Sin embargo, para otros suscita grandes cuestionamientos: “¿Significa dejarlos que hagan lo que quieran?” “¿Y dónde queda mi autoridad como padre?” “A mí me criaron con mano dura y mírame, me fue bien en la vida”.
La primera aproximación que tuve a este tipo de educación fue cuando trabajaba en un nido con niños muy pequeños –algunos de ellos ni siquiera caminaban–. Como es de esperar, las maestras los trasladábamos de un lugar a otro a nuestra disposición cuando queríamos que hagan o dejen de hacer algo. Recuerdo que mi jefa, la coordinadora, me puso un día en este escenario: “Imagínate estar sentada en algún lugar, interesada en lo que estás haciendo, ya sea trabajando, leyendo o conversando con alguien, y que mágicamente venga una persona mucho más grande y fuerte que tú, te cargue por detrás agarrándote debajo de los brazos y te lleve a otro sitio. ¿Qué sentirías?” Inmediatamente me puse en esa posición y me hallé desconcertada, violentada y poco respetada. “Nadie tiene derecho a moverme sin mi permiso”, pensé. Ahí empezó mi gran respeto por los niños. Y comencé a aplicarlo en la disciplina también.
Lo cierto es que las técnicas de crianza han cambiado. Lo que antes se creía que era autoridad, ahora puede ser visto como falta de respeto. Manipular a un niño, gritarlo, castigarlo o intimidarlo, es faltarle al respeto. Los niños, al igual que nosotros, son personas, con los mismos deseos, necesidades y, sobre todo, los mismos derechos que tenemos los adultos. De eso se trata la educación respetuosa. No es cuestión de dejarlos hacer lo que les dé la gana, o de nunca decirles que no, ni, mucho menos, de no ponerles límites. Se trata de educarlos con límites y firmeza, pero siempre incluyendo el cariño y el respeto mutuo.
Cuando un niño se “porta mal” o hace algo que, como adultos, consideramos incorrecto, la mayoría de veces se debe a una necesidad de pertenecer o de ser importantes. Lo que vemos a simple vista es la mala conducta, pero detrás de ella hay numerosas creencias que muchas veces no identificamos: la llegada de un hermano menor que le quitó protagonismo, el ingreso a un aula con muchos estímulos que no sabe cómo manejar, la necesidad de pertenecer a su grupo de pares, el deseo de ser mirado…, entre muchas otras razones.
El niño, por su etapa de desarrollo, no puede identificar la emoción y simplemente actúa como su instinto le indica. En estas ocasiones es el adulto el responsable de identificar lo que el niño puede estar sintiendo, deseando o creyendo, y emplear estrategias para redirigir la mala conducta hacia una más positiva.
Si esperamos que sea el niño el que “revierta” su mal comportamiento, “se porte bien” y “se dé cuenta” por sí mismo o mediante castigos –la herramienta más utilizada por muchos de nosotros–, estamos dejando en manos del niño, quien tiene un cerebro aún inmaduro, hacerse cargo de algo que posiblemente no sabe identificar. El adulto es el que tiene el cerebro maduro y, por ende, es él quien tiene la capacidad de identificar, procesar y regular su propia conducta y la del menor. Nos agrade o no, somos los adultos los responsables de que nuestros niños se autorregulen, poco a poco, como parte de un aprendizaje que se genera a lo largo de su desarrollo.
Pero si yo como adulto no soy capaz de regularme, si exploto cuando me molesto, si grito, golpeo, castigo… ¿qué estoy enseñando? Existe un término utilizado en psicología: el aprendizaje social. Quiere decir, de manera bastante reducida, que aprendemos en base a nuestro entorno. Y los padres somos el entorno más cercano, las principales figuras de referencia de nuestros hijos.
Los niños aprenden nuestras propias conductas a través de sus neuronas espejo, muchas veces sin nosotros tener la intención de que lo hagan. El niño observa, retiene y ejecuta, cuando tiene la oportunidad, de hacer aquello que vio y aprendió. No importa lo mucho que les digamos: los valores los aprenden en base a lo que ellos observan. Y es la casa la principal fuente de valores, pues día a día, consciente o inconscientemente, estamos modelando y moldeando la conducta de nuestros niños.
No es tarea fácil. Porque todos tenemos una historia de vida, experiencias pasadas, aprendizajes previos de los que muchas veces no somos conscientes y simplemente repetimos. Pero aquí te dejo algunos consejos que podrían funcionar si los practicas con frecuencia:
• Observa, comprende y conversa con tu hijo.
• Utiliza consecuencias naturales en lugar de castigos. Estos disminuyen la mala conducta y además tienen grandes efectos a largo plazo. • Anticipa las consecuencias ante las conductas no deseadas. • Utiliza tablas para las rutinas y ruedas de opciones para la mala conducta.
• Utiliza el “tiempo fuera”, tanto para ti como para tu niño, así te ayudarás - y lo ayudarás - a disminuir la emoción antes de tomar una decisión errada.
• Hazle preguntas abiertas para explorar las consecuencias de sus acciones.
• Deja que cometa errores, pues los errores son maravillosas oportunidades para aprender.
• Programa un tiempo especial con tu hijo: salir al parque, ir a tomar un helado o leerle un cuento antes de ir a dormir son algunas opciones.
• Dale estímulos positivos en lugar de elogios, que lo que hacen es formar en ellos una “falsa autoestima” y una constante necesidad de aprobación externa. Algunos ejemplos de estímulos positivos son: mostrar interés por cómo se siente, escucharlo, darle mensajes alentadores, contarle sobre tus propias experiencias. • Involucra al niño en las soluciones a diferentes problemas, te sorprenderás de lo creativos que pueden llegar a ser, si les damos la oportunidad.
Como vemos, educar en positivo no es sinónimo de ser permisivos y de no poner límites. Es la mejor manera de formar su personalidad, a largo plazo, otorgándoles valores que les serán útiles hoy y por el resto de su vida. Y a ti como padre, te tranquilizará saber que estás criando un niño crítico, reflexivo, independiente, capaz de autorregularse y revertir su conducta y, sobre todo, emocionalmente sano.
¨La clave de la disciplina no es el castigo, sino el respeto mutuo".
Jane Nelsen, referente internacional en Disciplina Positiva.
Libros que te podrían ayudar:
• Disciplina Positiva: La clave de la disciplina no es el castigo, sino el respeto mutuo. De Jane Nelsen • Disciplina sin lágrimas. De Deniel Siegel • Bésame mucho. De Carlos González • El cerebro del niño explicado a los padres. De Álvaro Bilbao • Por qué el amor importa. De Sue Gerhard
Presentación
Soy Cristina Mufarech Rey, licenciada en Psicología por la Universidad de Lima. Educadora de Disciplina Positiva por la Positive Discipline Association. Máster en Intervención Educativa por la Universidad de Navarra. Máster en Educación y Dificultades de Aprendizaje por la Universidad Católica. Más de 10 años de experiencia en el ámbito educativo. Actualmente trabajo con niños, adolescentes y padres de familia en consulta privada.
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