Por Edistio Camere, director de Antesala.
Tanto las ideologías de izquierda como las conductas o poco éticas han tenido un efecto reduccionista con relación a la mirada, al concepto y a la función del empresario. Su sola alusión remite - ordinariamente - a la mera operación de compra-venta; a un desembozado interés por las ganancias y/o por las utilidades económicas, en detrimento de la pobre valoración del porte y plusvalía que genera el trabajador. En suma, en el imaginario colectivo, empresario es igual a dinero y explotación. Sin em-bargo, una realidad descarnada nos muestra algo distinto. En primer lugar, del universo de personas que laboran, solo un porcentaje erige y gestiona una empresa, con lo cual, el empresario o candidato a empresario guarda algunas virtualidades que lo disponen y mueven a dar ese paso.
En segundo lugar, independientemente de los fines que persiga, la empresa se configura como un espacio organizado que, incorpora, de diferente procedencia profesional o técnica y satisfechos los términos contractuales, a personas que no solo aportan y ponen en ejercicio sus cualidades y talentos, sino que le añaden valor tanto a las operaciones como a los bienes y servicios que ofrece. En tercer lugar, el titular o titulares asumen todos los riesgos que puede traer consigo la puesta en marcha de una empresa, desde el aporte de capital pasando por la exuberante normativa gubernamental, hasta el fino cumplimiento del pago de los haberes, sin soslayar la atención a las necesidades de capacitación, de crecimiento profesional y de bienestar personal y familiar. El empresario, como el capitán de un barco, no abandona la empresa hasta asegurarse de que quienes la conforman están con bien y sanos. Pero, para no llegar a ese extremo, la empresa debe logar su continuidad y vigencia en el tiempo. Una tarea del empresario es buscar la continuidad y vigencia de la empresa en el tiempo. De lo contrario, si a posta la crea para el corto plazo comete dos atropellos simultáneos: trunca el proyecto vital, profesional y personal, de los colaboradores y, engaña al mercado al generar necesidades que luego no satisfará.
Por último, tanto el temple como las capacidades de un empresario, y la historia como un organismo vivo de la empresa, se evidencian en su continuidad y vigencia en el tiempo. Los buenos resultados económicos son como la gasolina en los carros: permiten su movimiento en términos de crecimiento en ventas; en profesionalismo de los colaboradores; en adhesión a la cultura organizacional; a las relaciones interpersonales y amicales; y, por qué no, en la coronación del propio sentido de la vida: el trabajo es una actividad humana muy importante en la realización personal, al punto que se le dedica un promedio de 8 horas diarias.
La "demonización" del empresario es una especie de cóctel elaborado por la izquierda marxista, la envidia y el populismo, que hace mucho daño. Invertir en acciones en Bolsa es lícito y ayuda a la economía. El empresario con vocación se complica la vida no para generar dividendos, que es poco, sino para generar oportunidades de crecimiento para sus trabajadores y la sociedad.
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