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La labor del maestro genera cambios en la cultura

Con motivo de la presentación de su último libro “Hacia una cultura del encuentro. Pedagogía del asombro y la promesa”, publicado por la editorial Mar Adentro, hablamos con Leonor Loyola para que nos comente más sobre su propuesta.



Leonor Loyola, durante muchos años, ha sido profesora de aula y directora de la Oficina de Educación del Arzobispado de Lima. Durante su experiencia brindando capacitaciones a docentes, sintió la inquietud de apoyarlos para que ellos puedan desempeñar mejor su tarea educativa.


¿Qué le motivó a realizar su investigación sobre la Pedagogía del Asombro y la Promesa como base de una cultura del encuentro?

Nuestra cultura actual se caracteriza por alejar a las personas del encuentro consigo mismas, con los demás y con lo trascendente. Según algunos autores es una cultura del divertimento, que acentúa el entretenimiento y la vivencia del instante, lo cual genera desencuentros. De ahí vi la necesidad de contar con una pedagogía que ayude a responder al desafío de formar integralmente a la persona.


En los diálogos que tuve con Francisco Bobadilla, me presentó estas dos capacidades humanas, el asombro y la promesa que fomentan la cultura del encuentro. El asombro es una capacidad que surge ante el encuentro con la verdad, el bien y la belleza de una realidad que puede ser uno mismo, el otro, la naturaleza, Dios.


Cuando hablo del encuentro con uno mismo me refiero a la capacidad de reconocer la propia validez de quién es uno, los propios pensamientos, sentimientos, valores, convicciones. Por otro lado, el encuentro con los demás implica no quedarse en lo superficial del otro, sino ver lo valioso que es. Si tengo la actitud de asombro, se dará ese encuentro porque voy a querer conocer al otro y amarlo más.


Asimismo, la promesa es la expresión del deseo de responder al vínculo que hay con una persona amada, una realidad que me involucra o la necesidad de ayudar a otro, mediante una acción que se realizará en el futuro. La promesa siempre es acción, no es sólo un sentimiento.


¿Se podría definir como compromiso? De entregar tiempo o ayuda.

Es un compromiso sí, pero es la acción que se hace antes de comprometerse. Es expresar verbalmente a otra persona ese deseo de hacer algo por ella, ya sea por amor o por algún vínculo existente. Tiene dos momentos: el primero es realizar la promesa. Una persona se siente convocada a hacer algo ante la realidad del otro. Al ser la promesa un acto de voluntad, debe nacer de la verdad y del bien, es decir, antes se debe discernir y no hacerla solo por una emoción.


El segundo momento de la promesa es cumplir lo prometido. Por lo tanto, se debe tomar una decisión en donde se pone a prueba la voluntad. Es necesario volver a discernir. Si yo me he comprometido a venir mañana y ayudarte con tu tarea y de repente alguien me invita a hacer otra cosa, será ocasión que reflexione “Yo hice una promesa. ¿Por qué la hice? Porque quiero a esa persona y sé que me necesita. ¿Qué pasa si no la cumplo?” Se deben hacer estas reflexiones antes de decidir. Cabe señalar que cumplir una promesa va a significar una cuota de esfuerzo personal.


Ahora, la vida de una persona está llena de promesas -unas más significativas que otras- que dan (o quitan) consistencia a su vida. Promesas amicales, fraternales, filiales, esponsales, religiosas, sociales, judiciales… Por eso debemos estar formados para la promesa, así podremos dar sostenibilidad al mundo. Hoy la promesa está devaluada por la inmediatez, la prisa y la superficialidad. El hombre de hoy, en muchos casos, ha renunciado a tener vínculos con otros y siente que no es capaz de cumplir una promesa.


Y eso se relaciona con el encuentro con uno mismo, ¿verdad?

Justamente. Si yo me he encontrado conmigo mismo puedo reconocer mi propia singularidad y sé que cuento con la gracia de Dios. Sí sé lo que valgo puedo esforzarme en cumplir. Tal vez puedo equivocarme y no poder, sin embargo, al hacer una promesa, uno no piensa en que no va a poder porque hará todo lo posible para hacerlo. Por tanto, implica valorarse, ejercer la voluntad, la libertad, el esfuerzo y el servicio. Formar para la promesa es integral, es formar a la persona.


¿Y por qué ya no hay ese encuentro con uno mismo? ¿Es porque vivimos en una cultura del divertimento?

La cultura del divertimento hace que el hombre se aleje de su propia interioridad. Plantea que la felicidad viene de lo exterior a uno: diversiones, adicciones, entretenimientos válidos. No obstante, la verdad es que la felicidad nace en el interior. Benedicto XVI sostiene  que la felicidad es “estar en armonía consigo mismo, algo que sólo puede derivarse de estar en armonía con Dios y con su creación”. 


La cultura del divertimento genera un vacío porque brinda una felicidad que no es real. No puedo estar jugando todo el tiempo o drogándome siempre para ser feliz. Eso crea un sinsentido. Sumado a ello, esta cultura promueve la prisa y no da espacio para que uno entre en sí mismo y piense “quién soy”, “a dónde voy” o “cuál es el sentido de mi vida". Este vacío genera una serie de problemas…


Como los trastornos en la salud mental, la depresión o la ansiedad, también los índices de suicidio están aumentando  en los adolescentes...

Sí, la pérdida de sentido es una de sus causas. El alejarte de ti mismo promueve esta situación. Frente a esto, el asombro te ayuda a entrar en ti y la promesa a comprometerte con lo que tú has encontrado de ti mismo y de los demás, dándole así sentido a tu vida.


Muchos adolescentes viven con ese sinsentido, a pesar de no haber recorrido una gran parte de su vida. Entonces, ¿cómo hacer que ellos se encuentren consigo mismos?

Esta realidad es difícil, pero no imposible. Tenemos que intentarlo. Lo primero, sería ayudarlos a la toma de conciencia sobre lo que están viviendo. Ayudarlos a reflexionar. Darles espacios y tiempo para contemplar su realidad y la del mundo que los rodea. Darle más énfasis a la formación del ser que del hacer. Además, mostrarles que el encuentro contigo mismo, con los demás y con la realidad, verdaderamente te hace feliz. En última instancia, la felicidad plena está en el encuentro con Dios que llena el corazón. Esto implica una formación en las verdades fundamentales del hombre desde la fe, hasta una formación en virtudes para vivirla. En este camino, el compromiso del profesor con sus alumnos y su testimonio son indispensables.


¿Y cómo formar en la promesa? ¿Existe algún tip para ello?

Es una pregunta muy amplia. Un “tip” sería el que los profesores quieran formar a sus estudiantes para ser mejores personas.


Que ellos tengan ese ideal...

Sí, lograr que la persona sea una mejor persona. Adicionalmente, es esencial formarlos para que sean verdaderamente libres, educando su voluntad de acuerdo con la verdad y al bien. También, los maestros debemos ayudarlos a crecer en el diálogo y la relacionalidad. Para lograrlo, se debe hacer un trabajo previo en el que ellos descubran quienes son y sean conscientes de lo que sienten y piensan, y sepan expresar su singularidad.


¿Cómo ejercitar el asombro?

Para ejercitar el asombro es necesario que se deslumbren ante la belleza. En un mundo que hace culto a lo feo, mi clase debe ser un espacio que les ayude a descubrir lo bello por los colores, el orden y la armonía. Debo enseñarles a asombrarse de sí mismos descubriendo su valor interior y también el valor de sus compañeros. Esto implica darles un tiempo para que aprendan a contemplar la naturaleza y el arte: música, pintura, teatro, cine.


Otro aspecto importante dentro de esta pedagogía son las  preguntas para suscitar la curiosidad y el pensamiento creativo. Ellos no solo deben aprender lecciones, sino cuestionarse, descubrir. Toca enseñar a pensar para que se deslumbren ante la verdad.


Y ahí está lo difícil…

Sí. Lo que pasa afuera de las aulas yo no lo puedo controlar, pero sí puedo darles ese espacio para que ellos piensen y se descubran.


Y para formar personas, ¿qué habilidades tienen que desarrollar los docentes en ellos mismos?

Nadie da lo que no tiene. Entonces, si quiero formar a alguien para que sea una mejor persona, primero tengo que esforzarme por formarme permanentemente para yo ser una mejor persona. Y si quiero que mi alumno viva desde el asombro y la promesa, yo tengo que vivir desde el asombro y la promesa. Propongo aplicarlo en uno mismo, es decir, perfeccionar la intimidad, la libertad, el diálogo, la relacionalidad y el dar. Formarme primero para poder formar al otro. El asombro y la promesa componen un camino que ayuda al encuentro con uno mismo, con Dios, con los demás, con la realidad, para ser feliz y poder amar más y mejor. Es solo un camino y no el fin.


En ese sentido, es crucial que los maestros se den cuenta del valioso rol que cumplen al tener que formar personas.

Su misión es un tesoro porque genera cambios en la cultura. Se puede hacer un cambio si los ayudamos a ser mejores personas. Para conseguirlo es más importante la formación de la persona que tener herramientas tecnológicas. ¿Quién hace lo tecnológico? Los hombres. Si son hombres mal formados van a usarlo para el mal, pero si son bien formados van a usarlo para el bien. El cambio, en muchos casos, está en manos de los profesores. Sin dejar de lado que la formación de los estudiantes es tarea primordialmente de los padres, los maestros tienen una labor importante.


¿Un último mensaje para los docentes?

Que siempre tengan como ideal el formar a sus estudiantes para ser mejores personas e invitarlos a que prueben la Pedagogía del Asombro y la Promesa para la formación de sus estudiantes en la tutoría o de manera transversal en sus cursos.


 

Si deseas adquirir el libro lo puedes encontrar en el Colegio Santa Margarita. También puedes contactar a Leonor escribiendo al correo lloyola@fraternas.org o a través de su cuenta en LinkedIn  @loyola.leonor


Por último, te dejamos una breve reseña de su libro, ¡qué lo disfrutes!


“Hacia una cultura del encuentro. Pedagogía del asombro y la promesa” es un libro que muestra, de manera esperanzadora, una nueva metodología para la labor docente. Desde dos temas centrales: el asombro y la promesa, la autora desarrolla estas capacidades para una educación con bases antropológicas. Asimismo, el libro muestra la diferencia de la cultura del divertimento, donde predomina el pasatiempo y la vivencia del instante, frente a una cultura del encuentro, donde existe diálogo, comunión y paz.


Además, propone despertar la capacidad de asombro en la vida cotidiana y promover las promesas como manera de crecer en compromiso, libertad y confianza, tanto en uno mismo como en el otro. Sumado a ello, la autora expone su propuesta pedagógica dando lineamientos para ser aplicada de manera efectiva en los planes educativos.


En sus páginas, la autora interpela al lector y hace reflexionar sobre aspectos de la propia vida. Si bien el libro va dirigido, especialmente, a maestros y padres, cualquier persona interesada en su crecimiento, tanto personal como de su entorno, puede encontrar herramientas útiles para vivir en una verdadera cultura del encuentro.





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