Por Edistio Cámere, director de Antesala.
En una tarde nublada y fría, un par de niños patinaban sobre una laguna helada. De pronto, el hielo se reventó y uno de ellos cayó al agua. El otro niño, viendo que se ahogaba, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró romper el hielo y salvar a su amigo. Los bomberos al evaluar lo sucedido se preguntaban escépticos cómo un niño pudo romper con esa piedra y con sus manos tan pequeñas un hielo tan grueso. En ese instante un anciano intervino: - ‘Yo sé cómo lo hizo...’. – ‘¿Cómo?... si no había gente a su alrededor para decirle que no podía hacerlo, o decirle cómo hacerlo’ -‘Precisamente’
Ante situaciones peligrosas actuar con prudencia y sentido común es la mejor muestra de confianza, dejando sentada esa premisa, me interesa centrarme en hechos cotidianos en los que suele ponerse entre paréntesis la confianza. Cuando se da una indicación, sea en el trabajo o los hijos, se la suele revestir de tantas recomendaciones, avisos y consejos que quien la recibe, entre atónito y paralizado, advierte el reducido espacio disponible para su aporte. Otro modo -más sutil- es permanecer a su lado y, cuando “el caso lo amerita”, intervenir casualmente. Así, entre estas y otras prácticas se va secando la iniciativa y la seguridad en el despliegue de las propias capacidades.
Confiar razonablemente en la otra persona es permitirle que se haga responsable de las consecuencias de su accionar. Si aquellas son favorables, quedará habilitada para acometer tareas de más envergadura; de lo contrario, aprenderá evitando repetir el procedimiento erróneo. Confiar tiene otro efecto colateral valioso: la persona se siente en libertad para buscar ayuda cuando no sabe o no puede hacer algo.
Cuando los padres dan una orden a sus hijos, con cierta regularidad se enfocan en lo que no deben hacer y no en positivo, es decir, en lo que pueden hacer para cumplirla. Cuando se acude a una reunión fuera de casa, se le dice al hijo mayor: “No fastidies... no vayas a desordenar…etc. El mensaje implícito que capta es: “Ya que piensas que me voy a portar mal, no te defraudaré”. Formulada de modo positivo se escucharía la orden: “Vamos a salir, a tu hermano le gusta jugar contigo. ¡Qué bueno que podamos salir tranquilos gracias a tu buen comportamiento! Decir lo que se espera de otra persona es confiar: propuesto el fin, los medios y el cómo para alcanzarlo caen, por tanto, en el ámbito del querer libre.
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